martes, 27 de agosto de 2013

Brújula para navegantes emocionales (Fragmento)

Dejo aquí  (en formato texto y formato audio) parte del Epílogo de este libro de Elsa Punset. Condensa y resume perfectamente lo que supone estar vivo en cualquier etapa de la vida y cómo nos enfrentamos a todos esos sentimientos que, desde que nacemos hasta que morimos, se convierten en nuestros compañeros inseparables de camino. Eso sí, si tenemos una buena brújula bueno será nuestro camino...
Una vez más espero que os guste...

 [...]
 A veces la vida parece estancarse. En estas épocas de espera resulta útil recordar que las etapas de la vida tienen un ciclo natural de crecimiento, plenitud y decadencia, tras el cual se inicia un nuevo ciclo. En esos momentos la debilidad y la impaciencia no logran nada. El tiempo de la psique no es el tiempo de la vida diaria. Hay que darse tiempo para madurar y encajar las situaciones, tiempo de cara al desarrollo de las relaciones personales, tiempo para reconocer dónde nos hemos estancado y por qué. Hay que situarse en un ámbito más intemporal para poder examinar y superar las crisis propias de cada etapa con calma. “¿Qué necesito?, ¿de dónde vengo?, ¿cómo me pueden ayudar estas experiencias para conocerme mejor  y evolucionar?”. A menudo desperdiciamos oportunidades de cambio porque queremos forzar los acontecimientos en unas circunstancias y un tiempo que no es el suyo. Nos aferramos a nuestros deseos y el miedo, de nuevo, nos condiciona demasiado.
Al contrario de lo que solemos creer el proceso de evolución y desarrollo humano, psíquico y físico, no se detiene al final de la adolescencia: prosigue durante toda la vida. A lo largo de la vida no cambian las emociones, sólo cambia nuestra capacidad de gestión y nuestros recursos frente a estas emociones. Tendemos a considerar la edad adulta como un camino lineal y estable, pero tiene sus propios ciclos o etapas, con sus puntos de inflexión y crisis características que es necesario reconocer y solucionar de la mejor manera posible. No se puede superar una etapa y adentrarse en la siguiente sin solucionar la etapa y crisis anteriores. El umbral de nuestra vida presente es el conjunto de nuestras experiencias pasadas
Tras los años de la infancia y la adolescencia el adulto sale al mundo exterior donde ha de aprender a vivir sin la protección del hogar de los padres y sin su consiguiente red de seguridad emocional. Los primeros años de juventud, en general hasta los 25 ó 26 años, son una etapa peculiar y hasta cierto punto engañosa. La “vida real” con sus obligaciones y decepciones todavía queda lejos en esos años: todas las oportunidades aún parecen abiertas y las diferencias y debilidades personales se disimulan tras el barniz de la juventud. La primera prueba real será en breve, cuando cada persona vaya tomando las decisiones, a menudo basadas en motivaciones inconscientes, que empezarán a cerrar puertas y a condicionar el resto de su vida.
En las sociedades occidentales, en esta etapa de optimismo y libertad no se nos dice claramente que cada paso mal dado tendrá repercusiones importantes para el futuro. Muchos se confían y hacen poco para sacar partido a este tiempo dorado y efímero que parece alargarse al infinito.
La familia suele pasar a un segundo plano porque se descubre la emoción de poder elegir al propio grupo humano: la red de amigos y los primeros amores son el campo de ensayo de la fusión con los demás. El amor, la búsqueda de pareja, la amistad, todo apunta a una etapa vital en la que descubrimos a los demás, a veces a costa de perder nuestro propio centro, sobre todo si no tuvimos antes una buena educación emocional.
En torno a la treintena la mayoría elige ya pareja estable y una profesión con la que ganarse la vida. La borrachera de la juventud y despreocupación empieza a tocar su fin. Para algunos se tratará de encararse a una nueva etapa de la que también podrá extraer experiencias positivas, sobre todo si la elección de pareja ha sido acertada: ésta será sin duda una de las decisiones que más pesará en la balanza de la felicidad de cada uno, por encima del nivel económico y de la ocupación profesional
Para otros, sin embargo, los espejismos de la juventud desvelan ahora un camino más accidentado y dificultoso del esperado. La vida empezará a propinar decepciones profesionales, personales, económicas, emocionales. En el horizonte de los eventos tristes o dolorosos que pudieran ocurrirnos a partir de una cierta edad, cada vez es más probable que algo nos alcance: la traición de un amigo, la muerte de un familiar, los problemas económicos para llegar a fin de mes, las crisis con la pareja, las limitaciones económicas que nos obligan a vivir donde no queremos, y con la llegada de los hijos, la falta de tiempo, el cansancio y una responsabilidad inacabable por la vida de los demás.
Algunas personas llegan a la edad de la madurez adulta, en torno a los 35 años, escarmentadas por el dolor. Deciden entonces que las emociones son dañinas, que existen sentimientos que hay que apartar de uno mismo para no sufrir. A veces a este proceso lo llaman “madurar”: se refugian en ser razonables, niegan la fuerza del amor y se resisten a considerar que el dolor pueda ser una fuente de transformación y de empatía. Prefieren vivir con las emociones adormiladas o reprimidas con tal de no enfrentarse a sus efectos transformadores e intensos.
La emoción no es debilidad. Sin emoción no hay vida plena. No se pueden ignorar las emociones porque nunca desaparecen: estamos obligados a hacer algo con ellas. Si las apartamos, reaparecen en sueños o bien a través de otras manifestaciones inconscientes, como las crisis de angustia, tan corrientes en las crisis de la edad adulta.            La psique se resiste a morir, a despojarse de las ganas de vivir y sentir. El instinto lucha por seguir vivo. Aquellas personas que creen que el paso de los años entraña la renuncia a las emociones y a los sueños aceptan tácitamente envejecer, aceleran incluso el proceso de envejecimiento, físico y psíquico, para acabar cuanto antes con el dolor de la lucha interna que padecen. Es una salida habitual a la crisis denominada “luto por la juventud”, cuando triunfan los miedos de la edad adulta: el miedo a la muerte, a quedarse sin trabajo, al dolor emocional, a la soledad… y sobre todo, el miedo al cambio.
En realidad la vida después de los 40 años debería ser una vida rica psíquicamente: las emociones son tan rotundas como a los 20 años, pero se ha acumulado experiencia para hacer frente a la marea emocional, e intuición y templanza para recorrer el camino de forma más deliberada. Conocemos el valor del tiempo y sabemos que somos capaces de sobrevivir al dolor. Reconocemos de forma instintiva nuestros patrones negativos y a veces podemos evitarlos, o incluso desactivarlos. Las inundaciones emocionales son menos frecuentes. Cuando surgen, el sentido del humor, una magnífica herramienta de gestión emocional que suele florecer con la madurez adulta, nos permite incluso celebrar que nuestra psique esté viva. La debilidad y el desconcierto emocional son pasajeros cuando tenemos los recursos para analizar una situación y para gestionarla adecuadamente. Cuando entendemos las razones de nuestro desasosiego emocional, podemos razonarlo e incluso controlarlo. Con cada esfuerzo por entender y situar en su contexto nuestras emociones y nuestra vida salimos reforzados
Otro elemento importante en toda vida humana es la integridad, la fusión de la identidad pública y privada. Una identidad adulta sana encajará tanto con nuestra personalidad como con el mundo que nos rodea. Si éste no es el caso, probablemente suframos problemas psíquicos, como depresión o ansiedad. Una persona gregaria y activa se deprimirá en una profesión solitaria. Una mujer solitaria y pacífica no será feliz trabajando en el servicio de urgencias de una ciudad peligrosa. Si nuestra identidad adulta no encaja con el mundo exterior, nos sentiremos alienados del mundo. Antaño las personas luchaban contra la tiranía de la sociedad cerrada. Pero en una sociedad donde ya no se nos imponen tantas estructuras mentales y sociales, las crisis identitarias no suelen ser fruto de los conflictos interpersonales, sino internos. Tenemos un ámbito de elección enorme y muy pocas referencias por las que guiarnos. La rebelión suele darse contra uno mismo.
Otra oportunidad que ofrece la madurez emocional es no confundir nuestro ser con nuestras circunstancias, sobre todo cuando éstas se tornan difíciles. Los adultos emocionalmente maduros saben que el mundo es inseguro y cambiante y que nada externo puede darles una seguridad real.  Buscan, por tanto, esa serenidad en su interior. Así, cuando los problemas acechan es posible que hallemos en nosotros mismos el lugar emocionalmente seguro al que acudir – el hogar invisible que todos llevamos dentro, aquel que los niños, en su infancia, necesitan ver proyectado en el hogar de sus padres-. Durante la juventud se lucha de forma  casi física para conseguir una forma de vida determinada y reclamar un lugar en el mundo. La madurez supone una lucha basada en los valores conscientemente elegidos. Aunque es la época del reconocimiento de la realidad – es decir, de los límites - , lo es también del desarrollo de la fuerza necesaria para superar los obstáculos, y de la capacidad de apartarse de forma consciente de determinados modos de vida, influencias o personas. Todo ello implica riqueza y fortaleza interior, desde cualquier perspectiva vital o creencia que se tenga.
Dice la escritora Lise Heyboer: “…la vida necesita ritmo y estructura, pero no acepte que éstos sean rígidos, porque entonces no estarán vivos. Haga su propia música, cree un jardín como un cuento de hadas, cocine una cena de reyes, ame como Romeo. Cuando uno abandona el camino corriente esculpe un paisaje en el alma y la vida ya no es una línea recta del nacimiento a la muerte. Surge un paisaje con montañas y campos que dan estructura y energía al alma. Más tarde todo se poblará de ricas memorias”.
En este camino y en este paisaje cualquier apoyo es bienvenido: la mirada cómplice, la palabra de aliento, el destello de la comprensión. Nacer y vivir en este gigantesco y apasionante laboratorio humano implica una soledad implacable, a veces difícil de superar. Sin embargo, no podemos renunciar a encontrar el sentido de nuestra vida ni a compartirlo con los demás, desde la compasión y el respeto que merecen tantas personas por el esfuerzo inmenso que supone aprender a vivir sin miedos.

    Elsa Punset, Brújula para navegantes emocionales




domingo, 4 de agosto de 2013

Arturo Pérez Reverte II. El último cartucho

Esto es una continuación de lo comenté en la entrada anterior. Antes el protagonista era un "chaval", ahora se trata del "hombre" que a sus cuarenta o cincuenta y tantos años después de haberlo dado todo en su trabajo se ve de nuevo tirado al mundo laboral y en desigualdad de condiciones.
Dedicado a todos esos luchadores que siguen al pie del cañón agotando, como bien dice el artículo, hasta el último cartucho.
Espero que os guste...
El último cartucho

Ya sé que va a ser jodido, amigo mío. Sé que presentarse a una entrevista de trabajo, a competir con otros más jóvenes y preparados, cuando tienes medio siglo de almanaque y canas en la cabeza, no será el momento más feliz de tu vida. Probablemente los fulanos de quienes depende tu destino sean niñatos de diseño, de esos que se creen que siempre van a ser jóvenes, y listos, e incombustibles, y desprecian a la gente sin adivinar que un día ellos mismos estarán con el cuello en el tajo. Tu experiencia les importa una mierda, eso ya lo sabes. Quieren jóvenes de veinte años sin cargas familiares, que hablen inglés y que parezcan que no van a envejecer ni a morirse nunca.

    Por eso te asusta pensar en lo de mañana. Miras a tu mujer, que plancha tu mejor camisa, y sientes que el miedo te agarrota el estómago. El día que dejó los estudios para casarse y seguirte en lo bueno y en lo malo, no imaginaste que ibas a terminar pagándole así. Mañana te pondrás esa camisa que ella plancha. Te la pondrás con una corbata y saldrás una vez más a probar suerte, con poca esperanza. Y es que tiene huevos. Has trabajado toda tu vida como una mala bestia, y verte en el paro a los cincuenta y cuatro, con hijos y con mujer a los que darles de comer, es como caer de pronto en el fondo de un pozo oscuro. Sé todo eso porque tu hijo, que es amigo mío, escribe de vez en cuando. O tal vez no es tu hijo quien escribe, sino que es otro hijo hablando de otro padre; pero en realidad se trata siempre de la misma historia. Y tu hijo me cuenta que la última vez estuviste un mes con la cabeza gacha, los ojos enrojecidos de haber llorado, sentado en el sofá como ausente, con la cara entre las manos, sin atreverte ni a salir a la calle de pura vergüenza.

    Te preocupa sobre todo lo que piensen tus hijos. Una mujer comprende, conoce y perdona. Los hijos, sin embargo, son crueles porque son jóvenes y todavía no saben lo que siempre se termina por saber. Los ves mirarte en silencio y crees que te desprecian por los años y por el fracaso. Por no salir nunca en el telediario. Por ser la estampa de la impotencia, la confirmación de que esta vida y este país son una piltrafa. Así que supongo que los hijos son lo peor. La mujer luego, al acostaros, te aprieta una mano antes de dormirse. Sabe cómo has peleado siempre, conoce lo que vales. Quizá sea la única que de veras lo sabe. Con ella la humillación es compartida. Es soportable.

    Y sin embargo, amigo, deberías leer la carta que me escribe tu hijo. Deberías comprobar con qué ternura y respeto habla de ti. Como sufre al saberse demasiado joven para serte útil, al no encontrar las palabras o los gestos adecuados. Porque ya sabes cómo es: torpe, desmañado, con esos pelos largos, siempre con la puñetera música a todo trapo. Con esas broncas que tenéis, y esa forma de vida suya tan diferente a la de tus tiempos, que te parece la de un marciano. Lo que no sabes es que cuando te ve derrotado en el sofá con la cabeza entre las manos, le quema la boca y le laten las venas porque desearía tener labia, ser capaz de ir hasta ti, tocarte, decirte lo que de veras piensa. Y lo que de veras piensa es que tengas ánimo, viejo, que no eres tan viejo, maldita sea, aunque él mismo te lo diga a veces. Que él no es tan crío ni tan bobo como parece, que sabe fijarse en las cosas que ve, y que te ha visto trabajar, e intentarlo una y otra vez, y querer a su madre y a él y a sus hermanos. Y sabe que eres el mejor, rediós, que eres la mejor persona, el hombre más decente y trabajador que ha conocido en su puta vida. Que eres su padre y lo serás siempre, tengas curro o no lo tengas. Que las mejores lecciones de su vida se las diste siempre y no con lo que decías, haz esto o no hagas lo otro, sino con lo que él te vio hacer. Y cuando, tarde o temprano, tenga que cerrarte los ojos -y ojalá te los cierre él- sin duda podrá decir en voz alta: “Era un buen padre y era un hombre honrado”.

    Así que, como dicen mis paisanos de Cartagena, no te disminuyas, amigo. Mañana te pones esa camisa planchada por tu mujer y te vas a la entrevista de trabajo con la cabeza muy alta. Y si no le gustas al niñato de turno, pues él se lo pierde y que le vayan dando. Y si fracasas otra vez, síguelo intentando mientras puedas. Y cuando ya no puedas más -que siempre se puede-, pues bueno, pues hasta ahí llegaste compañero. No hay nada deshonroso en el soldado que enciende un pitillo y levanta las manos, si antes ha peleado bien a la vista de los suyos. Si antes ha disparado su último cartucho.


Artículo de Arturo Pérez-Reverte publicado en "El Semanal" el 18 de Abril de 1999

miércoles, 31 de julio de 2013

Arturo Pérez Reverte. "Oye Chaval". Dedicado a...

Hay hechos en tu vida que te marcan para siempre. No tienen por qué ser grandes fechas, grandes hechos o grandes encuentros. Es más, pienso que las cosas que marcan son aquellas que "a priori", pueden pasar desapercibidas si no llegan en el momento adecuado. 
No puedo recordar en qué momento me enamoré de la prosa de Pérez Reverte, creo que llegué a conocerlo a través de sus artículos de El Semanal y ellos me llevaron a sus novelas las cuales me he leído casi todas ellas y cada vez que viene por mi tierra aprovecho para escucharle. Le admiro porque sus palabras llegan, sus palabras calan, sus palabras resultan atemporales....
Sí, pensamos que la crisis es de ahora, creemos que la apatía, la desgana y la desilusión de los jóvenes es consecuencia del momento que estamos viviendo, que los padres de familia de cuarenta años para adelante sólo ahora tienen dificultad para encontrar trabajo y... ¡estamos tan equivocados! 
Al releer los artículos de Pérez Reverte, amarillos ya de los años que llevan guardados en una caja, me doy cuenta de que no hemos cambiado, que prácticamente seguimos en el mismo punto. Y me embarga la impotencia y la frustración.
El otro día hablando por whatssap con una de esas personas que aparecen en tu vida y que te marcan para siempre, me comentaba la impotencia que sentía al ver tanta discriminación y tanta injusticia en la sociedad que le rodeaba. Me decía que quería luchar, que quería hacer algo grande como  hicieron otros en el pasado... pero, al mismo tiempo decía que en soledad no podía hacer nada, que era un grano de arena en mitad del desierto y que su lucha no serviría de nada porque no cambiaría nada... Al leer sus palabras automáticamente se me vino a la cabeza fragmentos del artículo titulado "Oye Chaval", y se las reproduje más o menos según las recordaba "Cuando no quedan los héroes solidarios llegan los héroes solitarios..." y así se lo dije, "por muy insignificante que parezca nuestra lucha, siempre será mejor que no hacer nada"
Soñadora, utópica, tal vez, pero ¿Qué es la utopía...? En otra entrada de este blog lo descubriremos.
Dedico esta entrada a esa persona que pese a su juventud considero que es una luchadora nata... No sé si algún día lo leerá pero la intención y el cariño que le he puesto es lo que importa. 
También lo dedico a todos los jóvenes y no tan jóvenes que a veces nos hemos sentido como ese "chaval".


Oye chaval

Oye, chaval. Me dice tu hermana que estás cada vez más para allá, y que has perdido el curso, cacho cabrón. Y que encima te estás metiendo de todo. Y digo todo, colega. Alcohol y pastillas, y pastillas y alcohol, y dos paquetes diarios de tabaco a tus diecinueve tacos. Y que has dejado a tu novia, o en realidad es ella la que te ha dejado porque no te aguanta. Y que vuelves a las tantas saltándote semáforos en rojo con una castaña que te cagas, y que las broncas con tu viejo son de órdago, y que pasas de todo. Que pasas de verdad, con ojos de estar allí lejos sin la menor intención de darte de nuevo una vuelta por aquí en el resto de tu puta vida. Suponiendo, dice tu hermana, que te quede mucha puta vida por delante. Dice que te diga algo, que me lees los domingos y me haces caso. No sé en qué carajo podrías hacerme caso tú a mí; pero si lo dice ella, que es la Bambi de la familia, sus motivos tendrá. En fin. Que te diga algo, escribe la pava, como si yo fuera la virgen de Lourdes. Y no sé qué decirte, la verdad. De finales felices me creo lo justo, y la última varita mágica que vi la tenía clavada en el coño un hada a la que violaron en Sarajevo. No sé si me explico.

Pero en fin. Me sentiría raro si hoy no te dedicara esta página. No por ti, que no te conozco, sino por la Bambi. Se quedaría decepcionada, y a lo mejor ya no se leía más novelas mías, ni soñaba con ligarse al padre Quart o a Lucas Corso. Así que mira, voy a decirte algo. Voy a decirte que acabo de apuntar que no te conozco, pero es mentira. No es difícil conocerte si uno mira alrededor, y se fija en el país en el que vives, y la tele que ves, y los perros que planifican tu vida y tu futuro, y los políticos a los que votan tu padre y tu madre. No es difícil si uno piensa en esa empresa donde estuviste trabajando este verano, y en el trabajo donde explotan a tu ex novia, y en la desesperación de tus amigos. No es difícil y me hago cargo, te lo juro. Esto es una mierda, y la palabra futuro es como para colgársela de los huevos. ¿Ves como en realidad si te conozco?

Hay, sin embargo, algo que puedo decirte. Estás aquí, en el mundo que te ha tocado. Sería estupendo que hubiera revoluciones por hacer y sueños por alcanzar, cosas que te pusieran caliente y con ganas de echarte a la calle. Pero sabes, o lo intuyes, que todas las revoluciones se hicieron, y una vez hechas se las apropiaron los de siempre. Que los buenos se quedan afuera, bajo la lluvia, y que esta película la ganan siempre los malos. Sé todo eso porque lo he visto, tío. Lo he visto en todas las lenguas y colores. Lo he visto allí y lo veo aquí. Y sé que las grandes aventuras colectivas, la solidaridad, los mecheritos, yupi, yupi, todo eso se fue a tomar por saco hace mucho tiempo.

Pero quedan cosas, te doy mi palabra. Cuando ya no son posibles los héroes solidarios, llega la vez de los héroes solitarios. A lo mejor, ahora que han muerto los dioses y los héroes con mayúscula, la salvación está en el heroísmo con minúscula. En el peón de ajedrez olvidado en un rincón del tablero que mira alrededor y ve al rey corrupto, a la reina hecha una zorra, al caballo de cartón y a la torre inmóvil, haciendo dinero. Pero el peón está allí de pie, en su frágil casilla. Y esa casilla se convierte de pronto en una razón para luchar, en una trinchera para resistir y abrigarse del frío que hace afuera. Esta es mi casilla, aquí estoy, aquí lucho. Aquí muero. Las armas dependen de cada uno. Amigos fieles, una mujer a la que amas, un sueño personal, y una causa, un libro. Cómo reconforta, colega, mirar a un lado y ver en otra casilla a otro peón tan solo y asqueado como tú, pero que se mantiene erguido y, tal vez, tiene un libro en las manos. Hay aventuras maravillosas, vidas riquísimas, sueños increíbles que empezaron de la forma más tonta, con sólo pasar la primera página de un libro.

Ya sé que no es gran cosa, colega. No soluciona nada, y lo único que te permite es comprender. Pero eso no está nada mal. Me refiero a comprender que nacemos, vivimos y morimos en un mundo absurdo, que a lo más que podemos aspirar es a asumirlo mirándolo de frente, con el orgullo de quien se sabe peleando solo, hasta el final, solidario con aquellos otros peones que, como tú, libran su pequeña y pobre batalla en casillas olvidadas. Y al final descubres que no es tan grave. Los hombres vagan perdidos hace miles de años, y siempre fue la misma historia. Lo único que los diferencia es cómo viven y cómo mueren.

                                                                                     Arturo Pérez Reverte        

                                                                                    10 de octubre de 1999

martes, 30 de julio de 2013

Ludovico Einaudi. Un compositor actual

Seguramente al leer el nombre de esta entrada muy pocos sepan de quien hablo. En cambio, si menciono la BSO de la película "Intouchables" (2011), resulte más familiar. Ese compositor italiano nacido en Turín en 1955 se va haciendo paso sigilosamente pero con fuerza en el mundo de la composición y la música. 
Para saber algo más de él dejo el  enlace de su página oficial donde se puede acceder a su vida y obra. 
                                                       http://www.einaudiwebsite.com/

Como aperitivo os dejo un par de vídeos para disfrutar de la maravilla de su obra. La última adornada con mensajes positivos que nos animan y dan fuerzas para  seguir adelante.
Espero de corazón que os guste...



A) Divenire:



B) Run:


viernes, 26 de julio de 2013

Del amor y del Odio. Rosa Montero

Reconozco que cuando leí este artículo pude respirar aliviada, ¡No era un ser tan retorcido al sentir antipatía y simpatía por la misma persona dependiendo de la situación! (gracias Rosa por aliviarme de esta carga)... 
Bromas aparte, este artículo toca  dos grandes temas.  En la primera parte  habla de los sentimientos de amor-odio ( dos extremos cuya gradación la pone cada uno) que despertamos en los demás y los otros despiertan en nosotros;  y el segundo tema,  las dos actitudes, el culposo y el narcisista (cita también los casos extremos, entre ambos hay un amplio abanico), para enfrentarse a todo lo que la vida nos depara.
Lo más importante es el final, es vital contar con el otro, con el prójimo. Saber que una mano me  ayudará en un momento en el que la fatiga me ralentice el paso y que... si caigo, estar tranquila porque  hará  lo que dice Julio Cortázar




Después de esta introducción os dejo con el texto. Espero de todo corazón que os guste...

DEL AMOR Y DEL ODIO 

Hablaba el otro día con un amigo, escritor conocido, que se quejaba de las furias asesinas que a veces percibía contra él sin venir a cuento, en cartas de lectores, en tuits o en comentarios en su Facebook. Le acongojaba profundamente que su mero nombre despertara en algunos un odio africano (frase que, por cierto, viene del rencor que los cartagineses le tenían a Roma, lo digo para que no se me encocoren los partidarios de lo políticamente correcto), cuando él no consideraba haber hecho nada para merecer semejante aversión. Pero no hace falta merecerlo, le dije. A mí también me ocurre, como a todas las personas mínimamente públicas. Tú tan sólo simbolizas aquello que la gente proyecta sobre ti. Y no debes lamentarte, porque, si bien hay personas que te detestan de forma arbitraria y gratuita, también hay muchas otras que te aman con la misma arbitrariedad y muy por encima de tus merecimientos, o sea que vaya una cosa por la otra. Eso sí, cuando nos quieren nunca nos quejamos.
Esta pequeña anécdota me dejó pensando en lo difícil que siempre resulta manejar el amor y el odio. Si los humanos proyectamos esas pasiones y esas fobias en los personajes públicos (lo hacemos todos) es porque necesitamos dar salida a ese hervidero de emociones confusas que oscurecen nuestras relaciones con los demás. Somos animales sociales y, para vivir una vida que merezca la pena de llamarse vida, tenemos que compartirla con los otros. Necesitamos a los demás, y esa necesidad esencial nos debilita y fortalece. Les queremos, les odiamos; a veces hasta les queremos y les odiamos al mismo tiempo; nos medimos con los otros, nos sentimos más grandes que ellos, nos sentimos más chicos; daríamos la vida por ellos o los mataríamos. Compartir la existencia es un maldito lío y nuestras contradicciones emocionales no parecen haber mejorado mucho desde la época de las cavernas.
“Atravesamos tiempos de dolor, y el sufrimiento, cuando es extremo, puede romperte”
Yo diría que hay dos maneras extremas de relacionarse con el mundo; por un lado están aquellos que siempre se sienten en deuda con los demás y culpables de todo; por el otro, las personas que creen que el universo entero está en deuda con ellas y que son merecedoras de muchísimo más (una demanda insaciable). Ambas posiciones son profundamente patológicas y, por fortuna, creo que la mayoría de los humanos se mueve en algún lugar intermedio entre los dos polos.
Como es lógico, la tremenda crisis que estamos viviendo también tiene un fuerte impacto emocional en el terreno de las relaciones con los otros. Quiero decir que nuestras tendencias naturales se exacerban: por ejemplo, la persona de tipo más bien culposo que sigue manteniendo su empleo mientras todos sus amigos se quedan en paro (o mientras la mitad de su oficina es despedida), puede caer en un remolino de angustioso remordimiento, como si él o ella fueran los causantes de tanto destrozo. Y lo peor es que este tipo de culpabilidad enfermiza no sirve para nada, sólo desasosiega y paraliza. Por el contrario, la gente con tendencia al narcisismo puede ver alimentado su egocentrismo cuando padece reveses e injusticias. Estamos atravesando tiempos de enorme dolor social, y el sufrimiento, cuando es extremo, puede romperte. Si pierdes el trabajo, si pierdes tu casa, si no tienes para comer o abrigar a tus hijos, hace falta mucho temple para no desquiciarse; y si además siempre has tenido cierta tendencia a creer que el mundo te debe todo, ahora puedes entrar en un paroxismo de violencia, de frustración y furia aún más destructivo.
Los humanos no podemos controlar lo que nos pasa en la vida: somos juguetes del destino. Pero sí podemos decidir cómo responder a aquello que nos pasa: “No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede”, decía Epícteto (copio la cita del último libro de Nativel Preciado, Si yo tuviera 100.000 seguidores). Me parece que creer que el universo entero está en deuda contigo es un grave error, porque te sume en la mayor pobreza; te impide hacer una narración más positiva de tu vida y apoyarte en los otros, te impide querer y ser querido (hay ricos riquísimos que son así de pobres mentalmente y que siguen creyendo que aún no les han dado todo lo que merecen). En cuanto a la culpa idiota y paralizante, hay que convertirla en responsabilidad. Si tienes más, procura también compartir más. En fin, tengo la sensación, aún más, la convicción, de estar escribiendo uno de los artículos más confusos de mi vida; pero es que las emociones son así, un ámbito turbio y turbador. Permíteme añadir algo: no dejemos que la crisis nos haga daño también en eso, que dificulte aún más nuestras relaciones con el prójimo. Contemos por lo menos con los otros, y con nuestra voluntad (tantas veces traicionada) de ser mejores.


Rosa Montero, El País 3-2-2013 

Felicidad

Mucho se escribe, se canta, se habla... acerca de  la felicidad.  Desde la Antigüedad Clásica  hasta hoy mismo,  el ser humano intenta descifrar qué es, cuánto dura y dónde está. 
No voy a ser tan valiente para expresar qué es para mí la felicidad pero sí voy a dejar varios textos (y dos sorpresitas)  que lo tienen como tema.
Os invito a que lo leáis y que cada uno saque sus propias conclusiones...

A) Lucio Anneo Séneca, Sobre la Felicidad


Capítulo 3. La felicidad verdadera

Busquemos algo bueno, no en apariencia, sino sólido y duradero, y más hermoso por sus partes escondidas; descubrámoslo. No está lejos: se encontrará; sólo hace falta saber hacia dónde extender la mano; mas pasamos, como en tinieblas, al lado de las cosas, tropezando con las mismas que deseamos. Pero para no hacerte dar rodeos, pasaré por alto las opiniones de los demás, pues es cosa larga enumerarlas y refutarlas; oye la nuestra. Cuando digo la nuestra, no me apego a ninguno de los maestros estoicos: también yo tengo derecho a opinar. Por tanto, seguiré a alguno, pediré a otro que divida su tesis, tal vez después de haberlos citado a todos no rechazaré nada de lo que decidieron los anteriores, y diré: “Esto opino también”. Por lo pronto, de acuerdo en esto con todos los estoicos, me atengo a la naturaleza de las cosas; la sabiduría consiste en no apartarse de ella y formarse según su ley y su ejemplo. La vida feliz es, por tanto, la que está conforme con su naturaleza, lo cual no puede suceder más que si, primero, el alma está sana y en constante posesión de su salud; en segundo lugar, si es enérgica y ardiente, magnánima y paciente, adaptable a las circunstancias, cuidadosa sin angustia de su cuerpo y de lo que le pertenece, atenta a las demás cosas que sirven para la vida, sin admirarse de ninguna; si usa de los dones de la fortuna, sin ser esclava de ellos. Comprendes, aunque no lo añadiera, que de ello nace una constante tranquilidad y libertad, una vez alejadas las cosas que nos irritan o nos aterran; pues en lugar de los placeres y de esos goces mezquinos y frágiles, dañosos aún en el mismo desorden, nos viene una gran alegría inquebrantable y constante, y al mismo tiempo la paz y la armonía del alma, y la magnanimidad con la dulzura, pues toda ferocidad procede de debilidad.


B) Cuento  de J. Bucay basado en una leyenda hindú:

“Cuenta la leyenda que antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura.

Uno de ellos dijo:
-Pronto serán creados los humanos. No es justo que tengan tantas virtudes y tantas posibilidades. Deberíamos hacer algo para que les sea más difícil seguir adelante. Llenémoslos de vicios y de defectos; eso los destruirá.

El más anciano de los duendes dijo:
-Está previsto que tengan defectos y dobleces, pero eso sólo servirá para hacerlos más completos. Creo que debemos privarlos de algo que, aunque sea, les haga vivir cada día un desafío.

-¡¡¡Qué divertido!!! -dijeron todos.

Pero un joven y astuto duende, desde un rincón, comentó:
-Deberíamos quitarles algo que sea importante… ¿pero qué?

Después de mucho pensar, el viejo duende exclamó:
-¡Ya sé! Vamos a quitarles la llave de la felicidad.

-¡Maravilloso… fantástico…excelente idea! -gritaron los duendes mientras bailaban alrededor de un caldero.

El viejo duende siguió:
-El problema va a ser donde esconderla para que no puedan encontrarla.

El primero de ellos volvió a tomar la palabra:
-Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.

A lo que otro miembro repuso:
-No, recuerda que tienen fuerza y son tenaces, escalarían el monte y el desafío terminará.

El segundo duende dijo:
-Escondámosla en el fondo del mar. -No dijo otro, recuerda que tienen curiosidad, alguien inventará una máquina para bajar y la encontrará.

El tercero dijo:
-Elijamos algún planeta. A lo cual los otros dijeron: no, recuerda su inteligencia, algún día inventarán una nave que pueda viajar a otros planetas y la descubrirán.

El  duende viejo, que había estado escuchando en silencio se puso de pie y dijo:
-Creo saber dónde ponerla, debemos esconderla donde nunca la buscarían

Todos se volvieron a mirarlo asombrados y preguntaron.
-¿Dónde?

-El duende respondió:
-La esconderemos DENTRO DE ELLOS MISMOS… muy cerca de su corazón.

La risa y los aplausos se multiplicaron. Todos los duendes reían:
-¡ Ja…Ja… Ja…! Estarán tan ocupados buscándola fuera, desesperados, sin saber que la traen consigo todo el tiempo.

El joven escéptico acotó:
-Los hombres tienen el deseo de ser felices, tarde o temprano alguien será suficientemente sabio para descubrirla y se lo dirá a todos.

-Quizás suceda así -dijo el más anciano de los duendes-, pero los hombres también poseen una innata desconfianza de las cosas simples. Si ese hombre llegara a existir y revelara que el secreto está escondido en el interior de cada uno…. nadie le creerá.

Encontrar el sentido de tu vida es descubrir la llave de la felicidad


C) Poema de Pablo Neruda. 

ODA AL DÍA FELIZ

ESTA vez dejadme
ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente
que soy feliz
por los cuatro costados
del corazón, andando,
durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle, soy
feliz.
Soy más innumerable
que el pasto
en las praderas,
siento la piel como un árbol rugoso
y el agua abajo,
los pájaros arriba,
el mar como un anillo
en mi cintura,
hecha de pan y piedra la tierra
el aire canta como una guitarra.

Tú a mi lado en la arena
eres arena,
tú cantas y eres canto,
el mundo
es hoy mi alma,
canto y arena,
el mundo
es hoy tu boca,
dejadme
en tu boca y en la arena
ser feliz,
ser feliz porque si, porque respiro
y porque tú respiras,
ser feliz porque toco
tu rodilla
y es como si tocara
la piel azul del cielo
y su frescura.

Hoy dejadme
a mí solo
ser feliz,
con todos o sin todos,
ser feliz
con el pasto
y la arena,
ser feliz
con el aire y la tierra,
ser feliz,
contigo, con tu boca,
ser feliz.

D) Definición de Felicidad de Julio Cortázar. Fragmento del Capítulo 2 de Rayuela:

Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad.

E) A continuación dejo un vídeo que es un perfecto ejemplo de cómo es la cara de la felicidad. Debo confesar que cuando lo vi por primera vez me emocioné al ver la expresión de este sentimiento de una forma tan pura.






F) Otro vídeo que nos da pequeñas instrucciones para ser feliz. 
                          

domingo, 21 de julio de 2013

Las Sirenas. Mitología y Música


El mito de las sirenas ha sido siempre un tema muy recurrente en todas las facetas del arte (literatura, música, escultura...). Aquí pretendo dejar una breve reseña de su historia relacionada con Ulises tomada del libro "Mitología griega y romana" de J. Humbert, junto con una canción interpretada por Víctor Manuel titulada, cómo no, La Sirena.
Espero que os guste...
LAS SIRENAS

Las sirenas, especie de hadas musicales, eran hijas de Calíope y del río Aqueloo, y habitaban en Sicilia, en una isla vecina del cabo Pelore. Por más que fuesen ninfas del agua tenían alas y rostros de doncella. No se sabe fijo su número: unos las reducen a tres, otros a cinco, otros a ocho.
Su presencia era anunciada por un murmullo armonioso: su canto era mágico. Sus voces suaves llegaban al corazón de los marineros que, para oírlas mejor, adelantaban el cuerpo acercándose insensiblemente a la superficie de las aguas en las que se sumergían, al fin, para no volver jamás. Pero estaba decretado que cuando un hombre pudiese pasar junto a las Sirenas sin verse obligado a precipitarse hacia ellas, estas hijas de las aguas perecerían irremisiblemente. Ulises provocó la llegada del día fatal. Todos los hombres que formaban la tripulación de su barco se taparon las orejas con cera: él, aunque conservaba los oídos libres, se hizo atar al palo mayor de su barco. De esta manera atravesó el navío melodioso paraje sin que le sobreviniese accidente alguno. Privados como estaban los marineros de oír y de movimiento el jefe, no sentían aquéllos ansia alguna por lanzarse en brazos de las cantantes marinas cuyas voces no percibían, y aunque Ulises suplicaba a grandes voces que le desataran, suplicaba y vociferaba en vano. Parténope, que era una de las Sirenas y que había perecido en el mar después del triunfo de Ulises, fue arrojada por las olas a las playas de la costa italiana y enterrada con los debidos honores. A su sepulcro sucedió más tarde un templo, al templo un pueblo que gracias a circunstancias favorables se transformó en importante ciudad y capital de toda la comarca. Esta ciudad es la famosa Nápoles llamada antiguamente Parténope.